El hombre es débil y a sus debilidades les llama vicios. Yo tengo un vicio que se llama cigarro un vicio que a temprana edad se alojo en mi personalidad. Últimamente me he puesto a pensar lo contradictorio que puede ser tal vicio que, por un lado me agrada y por otro me daña.
Pero tal parece que el cigarro aparece como muletilla de toda acción placentera. Si me dedico a escuchar música como blues o jazz o las clásicas del rock en automático tengo la necesidad de un cigarro, que no es más que una necesidad psicológica.
La música no lo es todo, también cuando tengo una buena conversación la imagen de un cigarro encendido o por encender aparece detrás de las ideas que relato, si, otra vez necesidad psicología ¿cómo quitarla? No lo sé apenas si soy consiente de eso, de que en los momentos de tranquilidad como los mencionados o en compañía de un buen libro quiero un cigarro.
El asunto es que el cigarro me ha acompañado en todo tipo de momentos que van desde los de placer como los mencionados hasta los más tristes de mi vida. Lo peor es cuando conocemos personas que disfrutan del mismo vicio, lo peor porque ya no es una sola nube de humo sino dos, lo peor viene cuando el olor a cigarro impregnado en la ropa y el cabello mata el aroma del perfume y pasamos de oler a limpio a tener fragancia de viejito fumador.
¿Qué le vamos a hacer? Así somos los viciosos