El Vecino

Sólo se veía una sonrisa en la obscuridad, la sonrisa y el hilo del humo que provenía del un cigarro sostenido por los labios, era una expresión que no sabía si me terminaría por contagiar o dar miedo, algo así como placenteramente feliz. -¿Por qué te ríes? Le pregunte, -porque no hay mucho que hacer después de ganar, no puedo llorar o enojarme de felicidad, hay quienes sí, yo no-.
¿Ganar qué? me preguntaba yo mismo, este hombre estuvo todo el tiempo en esta habitación y no salió, incluso se movió poco de aquel sillón en donde posaba esa sonrisa y el humo. Su comportamiento me daba miedo pero me daba más miedo como yo mismo lo miraba, ahí me quede durante horas contemplando las formas del humo que exhalaba y cómo veía su mano pero como sin verla, es extraño ver a una persona así, como ignorando su esencia carnal y viéndolo mas allá de eso, como una meta-existencia que no decía o hacía nada pero que me dejaba reflexionando las rarezas de los comportamientos sobre todo los de él
Después de tanto tiempo me dijo mientras se movía para tomar otra posición -¿Qué tanto me miras chiquillo? ¿No tienes algo más interesante? ¿Jugar o correr? ¡No te quedes ahí! Lo dijo con su voz ronca que a muchos les provocaba miedo y que a mí me parecía interesante, ese tono de voz encajaba su expresión dura con el sonido, a veces pensaba que no debería tener otro tipo de voz era una de esas voces características que obliga a voltearlo a ver. Sí, pero… ¿qué ganaste? o ¿en dónde? No te vi salir, no has tomado el teléfono ni nada, ¿qué ganaste? ¿De qué te ríes?
Volteó la cara y no volví a verlo esa tarde, me levante del rincón provocado por el hambre, ya habían pasado muchas horas sin comer y muchas otras más pensándolo, viéndolo, preguntándome porque me parecía tan misterioso ese hombre que ni prendía la luz, que no conversaba mucho y que hasta el gato se le había ido.
Llegue a casa y mi madre tejía frente al televisor, ya había recogido la mesa de la cena y se disponía a no ser interrumpida por nadie, ni por mí, me había dejado un plato, la caja de cereal y la leche para que fuera yo mismo quien se sirviera; debo confesar que esas cosas me ponían melancólico, no hace tanto tiempo era yo a quien no le quería perder la pista, cuidaba mis horarios, mi comida pero cuando crecí y comencé a salir solo a la calle, se refugió en esa televisión que mi padre le había comprado y en las reuniones con sus pseudoamigas que le criticaban todo, desde el mantel hasta del por qué había dejado de ver tal o cual programa televisivo.
Dentro de esos soliloquios que tenía en mente mientras comía el cereal, seguía pensando en él, en cómo podría ser que un hombre sobreviviera así, como de la nada, sin salir, sin ver a la gente, cómo soportaba que su jardín estuviera crecido o que su casa completa estuviera empolvada y casi desolada, a veces me hacia reír el pensar que hasta los muebles no deseaban estar ahí pero la burla era interrumpida pensando que yo era el único que me la pasaba ahí mirándolo y viendo que hacía. Decidí ir a dormir por fin, ni le dije nada a mi madre que ya casi terminaba su labor, entre a mi habitación y pretendía leer el capítulo del libro que me había regalado mi padre, pero no podía comprender lo que leía, era seguir pensando o lo que leía lo relacionaba con el vecino; me daba lástima en ocasiones por su estado, quería ayudarlo intentando hacer que saliera o limpiar su casa algo pero terminaba dándome coraje porque en si, no debería importarme que le sucedía, a él ni le importaba mi presencia solo la soportaba.
Por fin pude conciliar el sueño, dormí soñando con los brazos de mi madre y con el miedo que me daría perderla aunque de alguna u otra manera ya no la tenía y cada vez me sentía más extraño, no sabía cómo vivir la vida, ¿qué es lo que tendría que hacer? ¿Qué es lo correcto?
Desperté por el olor que llegó al cuarto, era un pan de elote que preparaba mi madre, vi la hora del reloj y apenas eran las ocho de la mañana era la reunión con sus amigas, y estaba preparándolo por aquello de las criticas. Pensé en ponerme de pie yo también e irme antes de comenzar a verlas llegar y soportar tanto griterío y cosas bobas que me dicen pensando que no les entendería. Así sin pensar tome una manzana y me salí de la casa sin saber a donde iría, camine hasta el pueblo que me quedaba a unas diez cuadras de la casa, iba pensando en lo mucho que extrañaba a mi mamá y de lo poco que le importaba yo ahora, desde que mi hermano mayor se fue, ella ya no hace nada más que pensar en sí misma y en lo que hará sola; la escuché varias veces decir que ella no pasaría el mismo dolor dos veces, que haría todo lo posible porque ni siquiera yo o mi padre la lastimáramos al irnos.
Yo me preguntaba por qué decía eso de mi padre si él siempre le hablaba de envejecer juntos, si la procuraba tanto, de niño solo veía eso, ya cuando uno va creciendo entiende algunas otras cosas pero aún así mi madre daba por perdida toda relación con la familia. Seguí caminando viendo las fachadas de las casas, las formas de cada una de ellas y cómo cada fachada se parece a su dueño, algo chistoso pero que si pasaba en mi barrio. Llegue a la plaza del pueblo tenía unas monedas en la bolsa del pantalón que justo me alcanzó para comprarme un pan relleno de cajeta que hacía Don Cenobio el de la panadería, me sobro algo más, salí y me disponía a quedarme comiendo mi pan en una banca cuando de pronto vi al vecino comprando unas flores, un ramo de rosas que envolvían en celofán y moño rojo, las esperaba mirando la escena del armado del ramo con la misma cara con que lo vi el día anterior, solo que hoy me sorprendió tanto que saliera, verlo tan temprano en la calle, dándole el sol, incluso me parecía verlo más blanco bajo la luz natural que me asuste pensando que cambiaba de color.
Terminaron el ramo y se fue caminando con dirección a una puerta a un lado de la carnicería de los portales de la plaza, era una puertita chiquita que se abría en dos, apenas si pudo pasar, me acerque para seguirlo pero no quería que me viera, me producía tanta curiosidad que no pude aguantar no seguirlo me espere un poco y por una esquina del cristal y vi al fondo de la construcción en la que jamás me había fijado, era un pasillo amplio y profundo en el que tenían estantes llenos con libros, cuadros antiguos, jarrones. Lo recuerdo bien porque ese día a partir de ese momento jamás lo he olvidado.
El vecino buscaba entre los libros, era como una pintura verlo, sus flores en una mano, con la otra buscaba libros y de fondo muchas cosas que ver, muchos colores y sobre todo la abstracción de aquel tipo en su actividad de buscar no sé que entre tanto libro; pasaron varios minutos y mi pan dejaba salir el relleno, me di cuenta hasta que lo sentí correr por mi mano, pero nada importaba, seguí mirando y el vecino se dirigía hacia la caja a pagar un libro de portada dura, no alcance a ver. Este tipo sí que era raro, ahora hasta lo vería leer, compraba flores y salía temprano.
Lo seguí como de una cuadra de diferencia, caminaba sobre la calle que calle que va hacía el templo, por fin llegó a un negocio y dejo las flores y el libro, era un negocio de mensajería, cada vez me parecía extraño pero en el fondo me daba gusto verlo hacer algo fuera de su casa y sobre todo hablando con otras personas que no sean sólo los del carretón de la basura. Se regresó por la misma calle así que me escondí en una de las calles adyacentes para que no me pudiera ver, tenía la creencia que tal vez si me sorprendiera se enojaría, aunque en otras ocasiones en las que entré a su casa jamás le importó mi presencia, lo vi pasar, dejo la estela del humo de cigarro que iba fumando, sus pasos eran largos y pausados, deje pasar más tiempo mientras se alejaba más, me dispuse a seguirlo, para saber a dónde iba o que hacía a lo mejor de esta manera sabría porque sonreía de esa manera.
Llegó a su casa y no volvió a salir, otro día en su habitación sombría pero ahora se escuchaba música una trompeta principalmente, el disco se repitió varias veces y entonces decidí hacer lo que hacía desde que salí de vacaciones, me salte por la venta y me dispuse a sentarme en la esquina a contemplarlo, estaba sentado de nuevo en ese sillón, sonriendo igual pero hoy si me dirigió la mirada y me dijo: bienvenido, después de un rato me ofreció galletas, me negué pero me comenzaba a asustar. Aun llegaba el olor del pan de mi madre que estaba esperando a sus amigas, pero el olor se extendió hasta la casa de al lado. Era casi medio día y comencé a tener hambre y también ya me había aburrido escuchar el disco repetidas veces, me paré y me fui, solo dije “Gracias” antes de salirme. Cruce su patio, salte la cerca y llegue a mi casa, entre y vi en la sala a mi madre aun con sus amigas que ya recogían en juego de té y sus bolsas porque ya se iban, creo que estaba mañana si le había ido bien a mi madre la vi sonriente, hoy de seguro no recibió críticas tan duras me imagine.
Camine hasta mi habitación pero antes de que subir, en la estancia vi un florero en la mesita, con un ramo de rosas rojas envueltas en celofán y un moño, igual que las del vecino, mi impresión fue mayor cuando vi el libro, corrí a mi cuarto asuntado sin entender que pasaba. Al entrar al pasillo superior, la habitación de mis padres estaba abierta y había una maleta sobre su cama, me pasé y vi la ropa de mi mamá en ella y una caja con hojas, sobres y demás papeles, tome la más cercana, tenía fecha de ese mismo día y estaba dirigida a mi madre.
Elena, he ganado y no puedo dejar de sonreír, Gracias.
Te ama Bernardo
Ese día supe cómo se llamaba el vecino pero también supe cómo se llamaba mi padre, en ese momento supe porque me daba curiosidad estar con el hombre que murió cuando mi madre se fue con el vecino porque para mí fue así. Supe lo que era vivir muerto, mi madre lo hacía bien y el vecino también. Supe lo que es morir de amor porque mi padre adoptivo me lo enseñó, pero sobre todo sé lo que es ver morir una familia, el vecino lo hizo bien.